Exposición Azalea Quiñones
Sala Temporal I, Segundo Nivel
Muestra antológica que recoge momentos de la producción de esta artista venezolana, cuya trayectoria le ha merecido ser distinguida como Premio Nacional de Pintura en el año 2010. La exposición es una selección que invita al espectador a conocer o reencontrarse con la obra plástica de esta artista. Un recorrido que muestra las distintas etapas por las que ha transitado, testimonios de su quehacer, de su búsqueda personal, al incursionar por distintas temáticas, técnicas y materiales.
Azalea, los espacios de la ficción real
El retorno a la figuración que se aprecia en el actual panorama del arte venezolano —figuración que en sus mejores cifras involucra una alta dosis de realismo fantástico— no es un hecho que puede pasar de largo. Sus signos son palpables en toda la década del setenta y se manifiestan con nuevos bríos a comienzos de los años ochenta. Es un fenómeno de las nuevas corrientes que surgen por oposición al optimismo que, bajo una atmósfera de éxito social, se acogió, por una parte, a las fórmulas repetitivas de cierto constructivismo y, por otra, a la improvisación que legitimaba, en virtud de la libertad de acción concedida al artista, cualquier cosa estimada como buena para figurar en un salón.
Las exigencias —si así cabe llamar a una expectativa compleja— se han vuelto hacia la búsqueda de una mayor destreza técnica, que impone una nueva tradición del oficio, tal como se observa en este laborioso dibujismo de los últimos años que ha servido para dar —además de una lección joven— una llamada de alerta contra los dóciles excesos de la improvisación, hoy en bancarrota.
Por otra parte, son exigencias volcadas hacia los lenguajes no objetivos que, manifestándose en auge en este momento, cuestionan el valor de cualquier imagen artística cuando ésta no sirve exclusivamente para transmitir información, al modo del video y la fotografía que acompañan al arte de procesos y experiencias vivas. Y, por último, hay exigencias mucho más ingobernables que miran hacia la extroversión profunda de contenidos anímicos, y que se expresan en un arte lleno de connotaciones secretas. Luisa Richter y Emerio Darío Lunar, como retratistas, y en alguna medida Jacobo Borges, como escenográfo de las deformidades urbanas, serían a mi modo de ver antecedentes e iniciadores de un arte en el que ellos mismos quedan involucrados, un arte de visiones autoproyectadas en el cual lo interior y exterior del ser se condensan en ficciones reales del presente, pero que, desde el punto de vista de la técnica, imparten desde un principio rigor y coherencia conceptual. Fue un camino que no se cerró, afortunadamente, al contrario de lo que ocurrió en la extraña obra gestualista de Armando Reverón o en el visionarismo de Bárbaro Rivas, a quienes sería vano tratar de descubrirles un solo continuador.
Así, se presentan los engranajes necesarios para mantener hasta hoy la integridad del puente figurativo, para perpetuar la vigencia de lo agónico y existencial, tal como nos es dado vivenciarlo en esta caótica realidad donde adaptarse a las tentaciones del poder y de la sociedad de consumo —como han hecho muchos artistas hoy transformados en artesanos— siempre será más difícil a los ojos de una auténtica sensibilidad creadora que elegir —muy cerca de allí, en el abismo— la vía que conduce a las proliferaciones de lo oscuro.
El caso de Azalea parece confabular esta última vía de la fascinación de los climas interiores, concentrados y terribles que permiten el acceso a una reinterpretación completamente válida del espacio figurativo tradicional. No sería osado, por tanto, inscribir a Azalea en una línea consanguínea en la que se insertan también, como puntales, los nombres de los artistas de obra profunda que acabamos de mencionar. El caso de Azalea no es, en modo alguno, insólito por el hecho de que, como tantos otros artistas en el país, ella sea —al igual que Lunar y Bárbaro Rivas, a quienes les une ciertos rasgos de humor y locura— una autodidacta a tiempo completo.
Se comprenderá que estas líneas queden como mera introducción a una obra que por requerir y no requerir explicaciones, puede por sí sola justificarse como uno de los trabajos en los que, no cabe duda, está depositada la mayor esperanza figurativa del arte venezolano de este momento.
Juan Calzadilla
Fotografia: Franco Mendoza / Derechos Reservados -www.correocultural.com