Ya se sabe que la rutina te vuelve loco, que no puedes respirar bien si lo único que haces es trabajar o como lo llamo yo “vivir para lo inmediato”, es decir vivir para lo básico, para las necesidades de tu vida cotidiana, donde siempre hay muchas “obligaciones” que atender. Ya se sabe que somos esclavos de nuestro tiempo, que en general la música que nos gusta, los libros que leemos, los artistas que admiramos son de “nuestra época”, esa que regularmente coincide con el periodo de la vida en que todavía somos jóvenes, sin embargo existen clásicos, y también ya se sabe que estos son atemporales, sin edad, mas bien eternos, fundamentalmente por eso son clásicos.
De igual modo, se sabe que hay que escapar de esa rutina que te aturde, y que la música y el arte son un boleto de ida al placer de la evasión. Se sabe, también, que tenemos que huir para sobrevivir, fue así como una de estas noches me encontré con un viejo conocido.
Raphael es un histrión, su forma de interpretar va mas allá de la rutina de cantar una canción, su “escena” cobra vida en su voz, pero también en sus ademanes, su mirada y el carisma al colocarse un sombrero o bailar interpretando un “rol” de alguna de sus melodías. Su repertorio esta lleno de grandes canciones, divertidas, románticas, bien escritas, convincentes, sin embargo, es “su interpretación” de estas las que las ha vuelto míticas. Nacido en España el 5 de Mayo de 1943, Miguel Rafael Martos Sánchez, no canta, se transfigura en escena, es un personaje más del montaje que la música ofrece.
Para los que nacimos observando un mundo del entretenimiento, donde los cantantes “se ayudan” con elementos nada musicales: ropa, luces, imágenes, nos sorprende ver a un artista que hace el show solo, que no necesita artificios, que su arte se condensa en “sí mismo”, tal como si dijera: “Este soy yo y les entretengo mostrándoles lo mejor que se hacer”. En el caso de Raphael, lo mejor que sabe hacer es cantar, pero su talento no nada más pervive debido a las melodías que entona por la fuerza de su voz, sus logros en escena vienen dados por su carisma, y la seguridad que desborda en escena.
Como muchos otros artistas que han tenido una carrera extensa, Raphael ha tenido durante su vida diferentes etapas, siempre tratando de reinventarse para continuar. A mi me gustan los comienzos, por eso mis favoritas son las décadas de los sesenta y setenta, de donde se puede extraer temas como: Yo soy aquél, Cuando tú no estás, Mi gran noche, Digan lo que digan, Amo, Somos, entre otros.
Al igual que Sandro, hizo películas que lo llevaron a internacionalizar su carrera y a colocarse como ídolo entre sus contemporáneos. Como Nino Bravo, cantante español inmortalizado por la tragedia de una vida efímera, Raphael forma parte de esos intérpretes de habla hispana que nos recuerdan “el viejo arte de cantar”, que muchos de su género (baladistas contemporáneos) parecen haber olvidado. Por ahí contó como eligió cambiar la grafía de su nombre original para ayudar a su “marketing” y ser “especial”, también que Rocío Durcal le pagaba el pasaje en tren cuando ambos eran un par de desconocidos.
Me gusta de Raphael su temperamento y su arte, su voz y sus movimientos, a veces exacerbados y nerviosos como si fuese un cantante de opera o un actor de musical, muy consciente de que “esta representando”, que ese que sale al ruedo cuando esta en escena no es el, si no alguien mas, quizás mejor, que necesita dar mas de si mismo sin importar ante quien este, pues a fin de cuentas el solamente quiere hacer lo que viene haciendo desde los cuatro años (tal como le confiesa a Leonardo Padrón en su entrevista para “Los imposibles 2”) cantar… quizás con eso baste.
C.Luisa Ugueto L.