Siempre sobre el lomo de sus fieles caballos Alirio Palacios vuelve a concretar sus quimeras en una exposición. Desde joven dibujante soñaba en tener un taller tan grande que le permitiese llevar sus bocetos en papel a escala real, a lo tangible que resulta ser una escultura. Ahora por segunda vez, el maestro vuelve a lograrlo al reunir unas treinta piezas forjadas en hierro, en las salas de la Galería de Arte Ascaso de Las Mercedes.
Es casi imposible desligar a Palacios de su constante motivo de inspiración como ha sido y continúa siendo, el caballo. Pero no cualquier caballo, el incansable ensayista de las artes recorrió el mundo entero observando las distintas formas y rasgos de briosos corceles descendientes de aquellos que acompañaron a los grandes de la historia en sus luchas y glorias. El joven artista se fijaba en sus poses y movimientos; en sus distintas contexturas y tamaños, pero muy especialmente en cómo los acicalaban en cada región que visitaba. En su vestimenta, en sus accesorios, en los materiales con que ahora él engalana sus esculturas, evocando aquellos que observó en los libros para luego darles forma, tamaño y carácter, desde sus entrañas hasta el último detalle de su armadura.
Para esta exposición que tituló Olivos, el maestro Palacios coloca a sus caballos de Irán y de Persia, a la sombra de un árbol. Unas veces parados, otras recostados, pero no los acompaña de cualquier árbol, sino de ese que resistiera los embates del diluvio y que anunciara a Noé a través de una de sus ramas, que aún estaba vivo. A esta vegetación que sigue en pie por más de ochocientos años, le dedica el artista su más reciente producción creativa.
“Cada caballo tiene su paisaje, confiesa: el olivo es una planta fuerte, resistente, hermosa, inmortal, pero además, sagrada. Bajo los olivos fue donde oró Jesús en sus momentos de mayor conmoción”. Para el artista, entre sus caballos y sus olivos, se produce una comunión, tanto física como espiritual.
Fue en un viaje a Marruecos donde tuvo su primer contacto con esos árboles, donde percibiera sus formas y matices; sus texturas y dimensiones en las que halló una belleza poética. Esta exposición presente en la Galería Ascaso es el resultado de la retrospección del artista a esos momentos de franco diálogo con el paisaje árido, seco y profundo del desierto de Fez. Ello se evidencia tanto en la serie de acuarelas de grandes dimensiones titulada Estudio sobre el árbol del olivo, como en la intimista que llamó Apuntes de la memoria.
Es así como Alirio Palacios le rinde homenaje a los olivos, a los olivares de todos los tiempos, a esos que durante siglos han producido exquisitos frutos y no menos gustosos aceites, indispensables en toda buena mesa. Las armazones de hierro se levantan en sala, cuajadas de hojas meticulosamente cortadas, en ocasiones pintadas y en otras intervenidas, alcanzando en ocasiones los tres metros de alto.
El tema de los olivares sigue ocupando la mente y las horas de trabajo del artista y que lo llevan a otros lenguajes estéticos, ampliamente abordado en otras etapas de su amplia trayectoria como son las acuarelas, dibujos en creyón, tiza, pastel y carbón. Cuenta Palacios, que para ellos inventó una tinta proveniente del eucalipto que le ofreció un color sepia brillante, oscuro y denso con el que mancha algunos de sus cuadros. Es allí donde desborda esa fuerte influencia asiática que imprime a sus obras y la escogencia de un grueso papel hecho a mano como soporte.
Lo ecológico se hace recurrente, llevándolo después hasta las flores. Es así como aparece el primero de una serie de gigantescos floreros, también elaborados en el más fuerte de los metales. Encontró un especial encanto en las ramas y en las flores, y luego surge la idea de dónde colocarlas, y así, recreándose en los materiales, resultaron las bases de una docena de esculturas que ofrecen la posibilidad al espectador o a quien lo posea, de colocar una rama única y natural, dentro del follaje metálico. Son flores de su imaginario, no son copia ni reproducciones de ninguna existente.
Palacios pensó en todo y siguió de cerca todas y cada unas de las fases operativas que implica una exposición de esta magnitud. Rayza Herrera tuvo a su cargo la museografía, que propicia un verdadero bosque en sala. Asimismo el maestro invitó a su amigo y poeta Leonardo Padrón a enriquecer con su musa el texto del catálogo, bajo la impecable coordinación y diseño desarrollado por Zilah Rojas, con fotografías de Renato Donzelli.
Es así como esta muestra Olivos que presenta la Galería de Arte Ascaso hasta mediados de septiembre promete ser toda una experiencia multisensorial para el espectador, ya que desde la entrada, ofrece una variada gama de propuestas y sensaciones que incluyen el dibujo, la pintura, la escultura, fotografías y videos del artista que convertirán a este evento en uno de los acontecimientos más importantes de la temporada, no sólo por ofrecer una amplia gama de posibilidades, sino como un recuento y testimonio de vida, de estudio y trabajo de un incansable creador cuya fuente inagotable de talento lo sitúa en las primeras páginas de la historia del arte en nuestro país.
Le invitamos a visitar nuestro website: www.galeriadearteascaso.com donde podrá encontrar nuestros horarios y dirección de la galería. Allí, gustosamente lo estaremos esperando.
Carmen Adelina Pinto
Galería de Arte Ascaso
En busca del árbol sagrado
Leonardo Padrón
De Alirio Palacios se dice que lleva al Delta del Orinoco en los ríos de su cuerpo. Que convirtió sus dedos en tiza y los pizarrones en venados que huían. Que solía comerse quince corazones de colibrí para conquistar a las mujeres. Que luego el pájaro lo conquistó a él. Que aprendió la fugacidad de la vida y el arte de la pérdida gracias a la furia de las aguas. Que su andar se llenó de países y lejanías. Que en China aprendió a golpear el arroz y el idioma de la paciencia. Que en cualquier ámbito sus ancestros, la vigilia y los elementos no lo abandonan.
Alirio Palacios abre los ojos y allí están sus herramientas de trabajo: la memoria y el siempre. Habla y deja caer en sus palabras, sin siquiera pretenderlo, todo el imaginario que lo recorre. Un mundo de mujeres lacónicas, perfiles huidizos, herejes y aparecidos, caballos de linaje, manchas y celajes que subrayan la magnitud creadora de esa menuda figura que anochece frente a sus materiales buscando el lenguaje fundamental de su travesía en la vida. Su disciplina y rigor, junto con el difícil duende de la creación, lo han hecho aventurarse en una obra que reincide en sí misma para reinventarse en la próxima esquina. Ha consagrado su respiración completa a una labor que lo ha convertido en un maestro irrebatible del grabado, la pintura y la escultura. Un innovador que bebe de la tradición y pone el aliento de sus propias visiones, de sus íntimos delirios, en cada episodio de su obra.
No es difícil sospechar por qué Alirio Palacios le teme al tiempo. No pasan muchos días sin que insista en la frase de Machado: «El arte es largo, la vida corta». Sabe que hay mucho por hacer y que todos, sin excepción, estamos en cuenta regresiva. Sabe, además, que su sino –su razón última– es el arte. Y él está en una permanente búsqueda del abrazo definitivo: «El arte siente, el arte está vivo». Por eso, siempre recibiremos noticias de sus hallazgos. Esta vez toca hablar de eso. Y celebrarlo.
Sucede que esta vez los ojos de Alirio Palacios se han detenido en un árbol. Un árbol con más de mil años de edad: el olivo. Hay quien asegura que es el más antiguo símbolo de la humanidad, con sus hojas perennes y su tallo desviado. Según el Corán es uno de los árboles sagrados del Paraíso; cuentan que bajo su sombra Platón enseñaba filosofía; es sabido que Homero no dejó de invocarlo en la Ilíada; así como nadie olvida al Cristo de los Olivos, para los japoneses es el árbol de la victoria moral y social y hasta los palestinos agitaron ramas de olivo para celebrar el acuerdo de Paz de Oslo. Es notorio, Alirio Palacios no ha elegido cualquier árbol. Y de tanto mirarlo y pensarlo, ocurrió: lo convirtió en escultura. Alirio caminó hasta el confín de los tiempos, hasta el cielo de los griegos, hasta la arena de los romanos, para regresar con el árbol milenario y construir su paisaje imaginario: una comarca de olivos. Pero, por supuesto, sin olvidar su caballo inmemorial, su caballo persa, su caballo mongol, vestido para la batalla y la leyenda. Ese caballo que, como bien lo diría Eugenio Montejo, es «uno de los símbolos recurrentes de su alfabeto plástico». Así, el maestro ha decidido contar la ambivalencia de la condición humana aferrándose a dos símbolos portentosos: el caballo y el olivo, que es como decir, la guerra y la paz en una sola exposición.
Si lo pensamos bien, era imperativo que un hombre que ha vivido durante tanto tiempo bajo el hechizo de los árboles se atreviera a encarnarlos en el espacio decisivo del arte: «Los árboles me rodearon desde chiquito. Crecí y caminé junto con ellos en el Delta. Luego en todos los lugares que estudié (Polonia, Pekín, Suiza) me envolvían. No sé cómo llegué a ellos, pero debía llegar».(1) Ciertamente, había un imperativo subterráneo, un mandato casi espiritual, pero la gran sorpresa es el árbol convertido en escultura. Piezas vivas que alcanzan los tres metros de altura, tallos de hierro sesgados por el viento, pájaros metálicos descansando en sus ramas, hojas cortadas milimétricamente por la devoción y el homenaje. Se puede intuir cuánta raíz y follaje hay en su memoria. Alirio Palacios ha tenido una alta dosis de bosques en los pasillos de su vida. Y ahora ha decidido reinventarse a través de esa invocación. El árbol sagrado ha llegado a su imaginario y lo ha convertido en rama de hierro, en rastro de peltre, en mosaico y hojilla de oro, en pintura acrílica y barniz. Al fondo, cerca, en su silencio crucial, el caballo de sus afanes, el guerrero de cuatro patas, elegante como una victoria, marcado por el tatuaje de la obsesión. No dejo de recordar el poema de Luis Alberto Crespo sobre la marca del caballo en el hombre: «Ese árbol/ moviéndose conmigo/ Ese paisaje con patas». Su conexión emocional con la gran bestia se llena ahora de un horizonte muy preciso: el olivo. Es, por qué no decirlo, la guerra deambulando bajo la sombra de la paz.
«Ahora estoy viendo árboles, investigándolos, estudiando su personalidad», dejó caer el maestro en una entrevista hace dos años. Durante todo ese tiempo estuvo explorando, registrando, hurgando la poderosa idea que hoy nos presenta. «Regresan mis caballos a la sombra de un árbol. ¿Te imaginas un caballo guerrero a la sombra de un monte? ¡Es una poesía bellísima!». Y más allá de la sugestiva imagen que finalmente procreó, hay un cauce de símbolos, un rizo histórico, un telón de conexiones y hasta un sentido ecológico en la reciente propuesta de Alirio Palacios. Volvemos aquí a celebrar al orfebre riguroso, al gran artista de la figuración, al renovador sin pausa que busca la pulsión de nuestro asombro. Pero el árbol sagrado no será sólo escultura sino también trazo, dibujo, mancha. Nos toparemos con troncos vencidos por el viento, hechos de pigmentos y tinta china sobre papel. El preludio en tinta de un hallazgo posterior.
Vale decirlo: todo paisaje es un misterio. Y más aún, si ha sido leído a través de los ojos de un artista cuyo andamiaje natural son los mitos, la memoria, los ancestros y lo vegetal. Todo artista es una herida profunda. Por eso, el gran arte es siempre una noticia conmovedora. Por eso, no hay mejor noticia hoy que el horizonte de olivos y caballos construido por el talante creador de un hombre llamado Alirio Palacios.
(1) Entrevista a Alirio Palacios. El Universal, Dubraska Falcón, 2009
Alirio Palacios
Olivos
Junio-Septiembre de 2011
Inauguración: Domingo 12 de junio de 2011, 11am
Galería de Arte Ascaso
Avenida Orinoco, entre Mucuchíes y Monterrey, Las Mercedes.
Horario: lunes a viernes de 08:00am a 01:00pm y de 02:00 a 06:00pm. Sábados y domingos de 11:00am a 03:00pm en horario corrido.
Fuente: Comunicaciones Galería de Arte Ascaso
Fotografias: Franco Mendoza / Derechos Reservados / www.correocultural.com