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Disociaciones colectivas. Señales de la individualidad muda.

8 mayo, 2011

Francisco Martínez ha venido desarrollando su trabajo escultórico a partir de una especia de “leiv motiv” gráfico: la huella dactilar.

En los comienzos de su carrera, y quizás inmerso en uno de esos momentos críticos para todo creador en el que son numerosas las interrogantes acerca de un tema, un estilo y un lenguaje propios y por desarrollar, Martínez encuentra en la huella no sólo una forma de inmensas posibilidades gráficas, sino una estampa cargada de sentido sobre la identidad individual y sus vestigios.

Para entonces el artista comienza a crear obras escultóricas en la que la huella dactilar se sintetiza y se hace plástica. La huella es entonces espiral, volutas concéntricas, juego dinámico de trazos en positivo y negativo. Su estampa diminuta transvasada en grandes rasgos, acentúa su grafismo y, en consecuencia, pone en evidencia el carácter abstracto de su configuración. La huella se estetiza y va poco a poco ofreciendo relaciones más finas y complejas respecto al tema de la identidad, que es prácticamente inseparable de su presencia, pero que Martínez logra eludir o al menos colocar en un espacio tangente mediante este proceso de “estetización”.

En lo escultórico, el artista aprovecha el dinamismo contenido en las curvas concéntricas que conforman el dibujo de la huella dactilar, para profundizar en los aspectos que constituían preocupaciones constantes de su trabajo de entonces: el volumen, la línea y el movimiento. Sorteando toda suerte de escollos técnicos y activando un proceso de verdadera búsqueda plástica, el artista decide que el metal es el material idóneo para su empresa de transformar lo plano en volumétrico, esto es, llevar el dinamismo gráfico a una representación tridimensional de formas que están en movimiento.

Las piezas de esa época revelan esta empresa y se abren hacia el espacio, permitiendo un juego de concatenaciones visuales a través del entramado de líneas de fuerza que las recorren. Puede entenderse que para entonces el trabajo de Martínez estaba aún fuertemente arraigado al objeto como ente expresivo, en el que se valorizan los elementos plástico y matéricos en un sentido moderno. El metal adquiere preponderancia en estos trabajos en consonancia con los valores plásticos que se actualizan en la pieza y los que van surgiendo a partir del comportamiento del material en contacto con los  procesos técnicos y el medio ambiente.

La exposición que hoy presentamos, “Disociaciones colectivas”, nos permite asistir a un importante cambio en la trayectoria de Francisco Martínez y, particularmente, a un asentamiento en su modo de entender la obra de arte en un sentido contemporáneo. Sus preocupaciones artísticas se ven desplazadas ahora hacia lo conceptual, imbricándose con contenidos que tienen que ver con la plasticidad gráfica, la visualidad de la urbe, y las particularidades comunicativas del signo.

El artista realizó un detallado estudio del lenguaje, los modos de representación y las resoluciones plásticas de las señales de tránsito que abundan en Caracas. A partir de allí, Martínez desarrolló una serie de piezas a través de las cuales busca adentrarse en estos objetos-imágenes urbanos, para desentrañar no sólo las características lingüísticas que los hacen efectivos como un medio de comunicación masivo y directo, sino los rasgos que los definen como objetos urbanos contentivos de información inmediata: forma, tamaño, color, luminiscencia.

Tomando estos elementos como punto de partida para el tratamiento plástico de sus nuevas piezas, el artista introduce la huella –convertida ahora en signo– como sustituto de las figuras que usualmente pueblan la señalización urbana y que son ampliamente conocidas y entendibles por la mayoría de los habitantes de la ciudad. Colocada así, dentro de los códigos de color, espacio y lenguaje de la señalética metropolitana –pero redimensionada por la ampliación del tamaño real de estas indicaciones de tránsito, que se han transformado en enormes paneles dentro de la sala de exhibición–, la huella es ahora un signo silente, casi una interrogante. Su atributo de ser una “marca” individual, queda “desarraigado”, no sólo porque se ha transformado en un grafismo, en una abstracción, sino porque hace su aparición dentro del marco discursivo de lo señalético. Entonces ¿a qué apuntan estas huellas cuyo “mensaje” no atinamos a comprender? ¿cómo se inserta en lo urbano su llamado hacia lo individual?

Por otra parte, el proyecto de esta exposición ha sido concebido audazmente como una propuesta novedosa en cuanto a realización y montaje, que rebasa la exhibición en sala y se proyecta hacia la ciudad, abarcando los espacios urbanos que circundan la galería. Martínez, al colocar sus “señales” en lugares públicos,  revierte su apropiación del signo urbano, llevándolo a su punto de partida: la calle, en un gesto cargado de ironía, jocosidad, y acaso de esa eterna invitación de los estetas de hacer de la vida misma una obra de arte.

Fuente: Katherine Chacón.

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