Por: Luis Fernando García Núñez
Artículo publicado originalmente en la edición Nº 69, mayo del 2007 de la Revista Libros & Letras
La poesía, dice Jaime García Maffla, resulta imposible de definir: «tan sólo se puede indicar y rodear el fenómeno, acaso recrearlo, como el arquero se llega más lejos o más cerca de él, y tal vez sus palabras más callan que dicen. Así, la forma verbal ‘es’ adquiere un carácter descriptivo. Entonces ya no se la define sino se la señala, se muestra su existencia y se invoca su luz» (¿Qué es la poesía? ceja, 2001). Es la dimensión de un proceso que vale la pena hacerse en un país que se precia de amar la poesía, ¿o sólo de apreciarla? A todos llama la atención que los grandes eventos de poesía reúnan a miles de personas que durante horas oyen, con inusitado entusiasmo a poetas -buenos y malos- leer sus, con frecuencia, indescifrables versos.
Éste es, por naturaleza, un país de poetas. De malísimos poetas, con excepciones muy valiosas: Silva,León de Greiff, Porfirio y quizás unos pocos más, pero no muchos. Y con seguridad esto que digo es una blasfemia. Saltarán los defensores de otros «poetas», que infortunadamente no lo son…, pero ahí están sus libros, sus pretensiones, sus discursos, sus títulos…, y no son poetas, aunque sean académicos y pretendan saber mucho del idioma y puedan «recitar» de memoria a Neruda, a Guillermo Valencia o a los inefables poetas colombianos Castro Saavedra o Robledo Ortiz. Sí, «siquiera se murieron los abuelos sin oír ni ver a estos ‘formidables’ vates».
Lo dice el citado poeta
García Maffla: «La poesía es nuestra alma que anda a solas por las sendas del tiempo, es un fluir de nuestra inconsciencia en el ir de la vida hacia la muerte, un ir nostálgico y necesitado que las palabras nombran, y al hacerlo señalan una región sagrada y trascendente: la poesía es como el azul y como la caída de las hojas en otoño, esto es como la ensoñación y la añoranza en la mente del poeta que la sabe una de las más altas señales de la verdad del mundo». Por eso, amigos lectores, poesía no es todo lo que está escrito en versos, y si no lean los cuatro primeros versos del soneto «El canto libre», de Julio Flórez:
«Soy un pájaro lírico. Yo estuve
en una jaula -la ciudad-, hoy vuelo
sin trabas, con el cóndor y la nube,
por el mar, por la tierra y por el cielo».
¿Esto puede llamarse poesía? No creo. ¿Puede decirse que «soy un pájaro lírico» es una metáfora? ¡Ni de fundas! No es nada, de pronto una descripción o algo así, ¿quizás un símil? Don Ricardo Palma, el autor de las famosas Tradiciones peruanas, en su poema «La poesía» decía:
¿Es arte del demonio o brujería
Esto de escribir versos? Le decía,
No sé si a Calderón o a Garcilazo,
Un mozo más sin jugo que el bagazo.
Enséñeme, maestro, a hacer siquiera
Una oda chapucera.
-Es preciso no estar en sus cabales…
Para que un hombre aspire a ser poeta;
Pero, en fin, es sencilla la receta:
Forme usted líneas de medidas iguales,
Y luego en fila las coloca juntas
Poniendo consonantes en las puntas.
¿Y en el medio? -¿En el medio? ¡Ese es el cuento!
¡Hay que poner talento!
He ahí, pues, el problema. La poesía es también idea, trascendencia, rebeldía: «la poesía habla del hombre, con el hombre, para el hombre y por el hombre. Su cifra es lo humano en cuanto aspiración, nostalgia de ser y voluntad de ser. Suma de la experiencia y de lo inalcanzable, es lo que el hombre es y lo que ha sido, pero también aquello que no ha sido ni es». Con frecuencia la poesía no es para las grandes multitudes, pero es sobre ellas que tiene su influencia y su accionar. Igual con la novela, con el cuento, con el ensayo. De Rafael Pombo , para no ir muy lejos, hay una obra más honda que el mismo «Rinrín renacuajo» o que «Simón el bobito». Es su poesía libertaria, profunda y humana. Veamos completo este célebre, pero olvidado poema «Los filibusteros», escrito en 1856:
Venid a conquistarnos, vosotras, heces pútridas
de las venales cárceles del libre Septentrión;
venid, venid, apóstoles de la sin par República
con el hachón del bárbaro y el rifle del ladrón.
Venid, venid, en nombre de Franklin y de Washington,
bandidos que la horca con asco rechazó;
venid a buscar títulos de Hernanes y de Césares
descamisados prófugos sin leyes y sin Dios.
Venid, hambrientos pájaros a entretejer con crímenes
el nido para el águila que precediendo vais;
venid, infecto vómito de la extranjera crápula,
con la misión beatífica de americanizar.
venid, dignos profetas, campeones beneméritos
de vuestra sacratísima divina esclavitud;
venid, héroes de industria, presente filantrópico
del Septentrión prospérrimo a su pupilo el Sud.
venid, robustos vástagos del tronco anglosajónico,
disforme, inmenso, atlético, gigante, colosal,
de entrambos mundos árbitro y su infantil oráculo,
colmo primero y último de perfección cabal.
El os confió su lábaro y su alador espíritu,
y para un nuevo génesis pleno poder os dio,
mostrando entre los trópicos a vuestros ojos ávidos
Y os dijo: «Ved meciéndose entre los dos océanos
ese turbante mágico de un oriental señor,
cuajado de diamantes, rubíes, perlas, zafiros,
macizo de oro y plata reverberando al sol.
Esa es la ardiente zona de la buscada América,
de la India el amoroso, fecundo corazón,
del cinto de la tierra el broche opulentísimo,
promesa de un futuro de plenitud y amor.
Es el jardín robado de la Pagana Fábula,
el por Adán perdido y hallado por Colón,
de un tópico avariento el sueño mitológico,
arca repleta siempre y abierta a la ambición.
Allí despliega el cielo
magnificencia insólita
y es la tierra su virgen en
esplendor nupcial,
y el hombre, de placeres en un
banquete opíparo,
es feliz porque vive, no
necesita más.
Allí el poeta duerme sobre la
inútil cítara,
y si vigila o sueña no sabe
distinguir:
¿Qué son bajo ese cielo sus
ilusiones pálidas
si es el mayor poeta naturaleza
allí?
De leche y miel cargadas allí
veréis los árboles,
y con corteza de oro sus troncos blanquear,
y oro doquier, depónenlo hasta los mismos pájaros,
y se alza en archipiélagos sobre el azul del mar.
Volad a esa áurea cuna colgada entre los trópicos
do el porvenir del mundo se mece infante ya;
entrad con el ropaje de inofensivos huéspedes
llevando el rifle cómodo y el pérfido puñal.
¡Espiad la hora propicia, y a una señal del águila
la empresa de exterminio sin
lástima empezad,
y sobre los cadáveres del posesor estúpido,
la Roma del futuro en nuestra pro fundad!
¡Avante, pues, apóstoles del código novísimo
que al Código de Cristo sustituyó el Sajón!
¡Proseguid, honorables, dignísimos diplómatas
del hado manifiesto del mundo de Colón!
Avante bandoleros la pobre
Centro América
cadáver que dejaron veinte años
de furor,
os va a enseñar qué vale cierta
palabra mágica
y oiréis por primera vez
vosotros esa voz.
¡Honor! Esta palabra levantó más de un Lázaro;
con ella un hombre, él solo, a
siete mil venció;
por ella los puñales que
fratricida cólera
manchara, saldrán limpios de
vuestro corazón.
Entrad. Ya del naranjo tras la fragante atmósfera
cual su hálito pestífero el whisky os anunció;
¡bebed! Él que os inspira, conforte vuestro espíritu;
él es vuestro entusiasmo, él es vuestro valor.
Seguid, y a sangre y fuego talad cinco repúblicas.
dad al infierno escándalo, a Satanás horror.
Más, ¡ay! Pueda un día contemplar dos cadáveres:
Cartago y sus piratas, vosotros y La Unión.
Para lavar el mundo, cloaca hirviente y fétida,
volcó el diluvio encima la cólera de Dios:
que os lave uno de sangre, y en su pureza prístina
surja flotando el arca que ashington formó.
Empezamos, claro está, a pensar para qué sirve la poesía. Y los poetas, y los teóricos, y críticos, y los editores, y los políticos metidos de versificadores, saltarán de sus cómodos sillones para condenar una verdad que nunca se podrá rebatir. Al otro pueblo le gusta otra poesía. Por eso recurrimos al Conde de Villamediana, para cerrar este pequeño texto:
A un poeta
No en vano sueles llamar
Tus versos oro luciente,
Porque el fuego solamente
Los puede purificar…
Sobre el autor: Luis Fernando García Núñez.
Periodista y profesor de la Facultad de Finanzas, Gobierno y Relaciones Internacionales de la Universidad Externado de Colombia, en Bogotá.